Washington, 11 de noviembre de 2025 – En un giro que sacude los cimientos de la política estadounidense, la fiscal general Pam Bondi ha desatado una tormenta perfecta al ordenar la convocatoria de un gran jurado federal para investigar las acusaciones de que el expresidente Barack Obama y su administración orquestaron en secreto el controvertido “engaño ruso” de 2016. Esta “bomba nuclear”, como la han calificado fuentes cercanas al Departamento de Justicia, promete exponer a una élite de altos funcionarios demócratas en lo que podría convertirse en el mayor escándalo de conspiración política de la historia moderna. Con nombres como John Brennan, James Clapper y James Comey flotando en el aire, el colapso parece inminente, y las repercusiones podrían derribar carreras enteras mientras Trump observa desde la Casa Blanca con una sonrisa de vindicación.

Todo comenzó hace apenas unos meses, en julio de 2025, cuando la directora de Inteligencia Nacional, Tulsi Gabbard, desclasificó una serie de documentos explosivos que, según ella, revelan una “conspiración sediciosa” orquestada desde lo más alto de la administración Obama. Gabbard, en una conferencia de prensa en la Casa Blanca que dejó boquiabiertos a los periodistas, acusó directamente al expresidente de manipular informes de inteligencia para fabricar una narrativa falsa sobre la interferencia rusa en las elecciones de 2016. “Obama y su equipo no solo sabían que Rusia no buscaba ayudar a Trump, sino que enterraron evidencia que lo demostraba para socavar la voluntad del pueblo americano”, declaró Gabbard, con voz firme y documentos en mano. Según estos archivos, recién liberados a petición del senador republicano Chuck Grassley, la inteligencia comunitaria fue alterada para concluir que Moscú favorecía la victoria de Donald Trump sobre Hillary Clinton, un hallazgo que impulsó la investigación del FBI conocida como Crossfire Hurricane y, más tarde, la pesquisa del fiscal especial Robert Mueller.

La respuesta de Bondi no se hizo esperar. El lunes 4 de agosto, la fiscal general firmó una orden directriz a un fiscal federal no identificado para convocar el gran jurado, un paso que eleva las acusaciones de mera retórica política a un proceso penal real. Fuentes internas del Departamento de Justicia, hablando bajo condición de anonimato, describen la directiva como un “golpe maestro” diseñado para desentrañar una red de mentiras que, de confirmarse, podría implicar cargos por conspiración, obstrucción de la justicia e incluso traición. “Esto no es una cacería de brujas; es justicia diferida”, dijo Bondi en un comunicado breve pero impactante, donde enfatizó que su “grupo de trabajo” ya había analizado las pruebas de Gabbard y encontrado “motivos suficientes para proceder”. El presidente Trump, fiel a su estilo, celebró la noticia en Truth Social: “¡La VERDAD siempre triunfa! Esto es genial. Obama y su pandilla pagarán por el engaño ruso”.

Pero ¿qué hay detrás de estas revelaciones? Los documentos desclasificados pintan un cuadro sombrío de los últimos días de la era Obama. En diciembre de 2016, con Trump ya electo, el expresidente habría ordenado a sus deputies preparar un informe de inteligencia que exagerara el rol de Rusia en la elección. Archivos del anexo clasificado del informe final del fiscal especial John Durham –descubiertos en una habitación secreta del FBI por el director Kash Patel, quien encontró bolsas de documentos destinados a ser quemados– sugieren que la comunidad de inteligencia suprimió evidencia de que las acciones rusas buscaban simplemente sembrar desconfianza en la democracia estadounidense, no favorecer a un candidato específico. En cambio, el informe final, publicado en enero de 2017, afirmó categóricamente que Vladimir Putin ordenó una campaña para ayudar a Trump, lo que desencadenó años de investigaciones, audiencias y divisiones profundas en la sociedad norteamericana.
Entre los nombres expuestos, Brennan, el exdirector de la CIA, y Clapper, exdirector de Inteligencia Nacional, emergen como figuras centrales. Gabbard los acusa de “politicar” la inteligencia, alterando conclusiones para dañar a Trump antes de su toma de posesión. Comey, el exjefe del FBI, no se queda atrás: se le señala por iniciar la investigación basándose en un dossier financiado por la campaña de Clinton, un documento lleno de alegaciones no verificadas que Durham ya había criticado en su informe de 2023. Incluso Susan Rice, asesora de seguridad nacional de Obama, y Samantha Power, embajadora en la ONU, aparecen en los márgenes, con referencias a reuniones donde se discutió cómo “contrarrestar” la transición de poder. La élite demócrata, que durante años defendió la integridad de estas investigaciones, ahora enfrenta un colapso total: portavoces de la Fundación Open Society, vinculada a George Soros, han calificado las acusaciones de “desinformación maliciosa trazada a inteligencia rusa”, pero sus negaciones suenan huecas ante la avalancha de pruebas desclasificadas.
Los demócratas, por su parte, gritan al escándalo como una “venganza política” de Trump. Figuras como el exfiscal Steven Cash, en un segmento de PBS News, cuestionaron la legitimidad de la pesquisa de Bondi, recordando que la investigación bipartidista del Senado de 2020 confirmó la interferencia rusa y que Mueller imputó a 34 personas, incluyendo rusos y estadounidenses. “Esto es un circo, no justicia”, tuiteó un portavoz de la campaña de Obama, mientras Brennan y Clapper publicaron un op-ed en The New York Times refutando las alegaciones como “absurdas” y “motivadas por rencor”. Sin embargo, críticos conservadores como el senador Grassley argumentan que el estatuto de limitaciones no aplica a crímenes de conspiración federal, y que este gran jurado podría allanar el camino para indictments que trasciendan el tiempo.
A medida que el gran jurado se reúne en secreto –con poder para emitir citaciones y considerar cargos–, Washington bulle de especulaciones. ¿Veremos a Obama testificando bajo juramento? ¿Caerán máscaras en la deep state que Trump siempre denunció? En las redes sociales, el debate arde: posts virales exigen “¡Arresten a Obama ahora!” mientras otros advierten de un “golpe blando” contra la democracia. Bondi, bajo fuego por su manejo de los archivos Epstein, usa esta investigación para redimirse, pero el riesgo es alto: si las pruebas fallan, podría ser vista como el chivo expiatorio de Trump.
En este momento de crisis, una cosa es clara: el engaño ruso de 2016, que dividió a una nación, está siendo reescrito. Si Bondi tiene éxito, no solo se expondrá una conspiración, sino que se redefinirá la accountability en América. El reloj del gran jurado tic-tac, y con él, el destino de una élite en colapso total. La verdad, como dice Trump, podría ser el arma más poderosa de todas.
